Desciendo por la escalerilla de mano. Al llegar al suelo miro a mi alrededor. Es de día, pero la claridad no viene de ninguna estrella. Me doy cuenta de que el roce del viento con la arena de aquel inmenso desierto produce una luminiscencia fluctuante. La arena forma dunas y llanuras, se arremolina a mis pies y cubre mis botas. La aeronave está detrás de mí, su sombra, al igual que la mía, está difuminada, dispersada por el viento. Camino unos metros, tengo que encontrar al explorador. Hace días que su radio dejó de funcionar, su voz se apagó en el transmisor de mi compartimento. Ahora es mi turno, tengo que encontrar al explorador, no puedo volver atrás, tengo que desvelar el misterio de su desaparición. Se acerca la noche, el viento va dejando de soplar y de despeinar mis cabellos. La arena se amansa y apaga. Saco la linterna de mi mochila y la enciendo. Ilumino a mi alrededor, la arena no se ve, está invisible. Sólo el roce del viento puede activar su luz. Es como si estuviera ciego. Consulto mi brújula y me dirijo al sur, hacia donde la última señal de mi compañero fue emitida. Al andar la arena gruñe, la linterna sólo ilumina el aire que rodea mi cuerpo, la arena me produce la misma sensación que si caminase sobre el vacío, un vacío que me gruñe molesto por mi peso. Después de unas dos horas de caminata entre las dunas me echo en la arena. Es muy agradable. He dejado la mochila a mi lado, y la linterna enfocando ningún punto en el firmamento, oculto aquí y allá por nubes de polvo en suspensión. De pronto, una ligera brisa acaricia una franja de desierto que despierta súbita y efímera la luz de la arena, se dirige sinuosa hacia mí, me rebasa. Sigue su senda dejándome atrás, de vuelta a la oscuridad y el vacío. Sin embargo, algo me hace sentir muy incómodo, intranquilo. Al acariciar la luz mi figura, nada de mí ha impresionado mi retina, he permanecido apagado. Horrorizado ante la idea cojo mi linterna y tenso ilumino con su haz mi cuerpo. Nada. Nada, oscuridad, vacío. El desierto ha ejercido su dominio sobre mí. He pasado a formar parte de la arena, cuando esta se infiltraba entre mis ropas, arañaba mi rostro, jugaba con mi pelo, me iluminaba con el viento, se apoderaba de mi cuerpo. Y al dejar de soplar el viento, yo, como todo en el vasto desierto, me he apagado, oscurecido... La linterna cae de mi mano y se estropea con el golpe, me olvido de mi situación, me vuelvo a tumbar en aquel lecho tan apacible, me invade una sensación de ligereza, de alivio... Me libero. Cuando vuelvan los vientos ya no encontrarán mi cuerpo, la arena borrará toda huella de mi anterior existencia. Mi última esencia se esparcirá con la luz. Sólo mi consciencia permanecerá, buscando... no lo recuerdo, e iluminando la arena al rozarla. Hasta que vuelva de nuevo la noche y, cansado, repose, sueñe con extraños pasados infundidos por el desierto, cementerio inmenso de cuerpos reducidos a arena.
|
viernes, 17 de agosto de 2007
oscuro
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario